En un bosque vivía un ermitaño que entendía el lenguaje de las fieras y hasta podía conversar con ellas. En una
ocasión en que descansaba debajo de un árbol, se cobijaron allí un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente,
y empezaron a discutir sobre el origen del mal.
—El mal procede del hambre —declaró el cuervo—. Cuando uno come hasta hartarse las cosas se le antojan
color rosa. Pero, amigos, si durante días no se prueba bocado, cambia la situación y ya no parece tan hermosa
la naturaleza. ¡Qué desasosiego! ¡Qué intranquilidad siente uno! Y si vislumbro un buen pedazo de carne, me
abalanzo sobre él, ciegamente. Ni palos ni piedras, ni lobos enfurecidos serían capaces de hacerme soltar la
presa. ¡Cuántos perecemos víctimas del hambre! No cabe duda de que es el origen del mal.
El palomo intervino. —El mal no proviene del hambre, sino del amor. Si viviéramos solos, sin hembras, sobrellevaríamos las
penas. Más ¡ay!, vivimos en pareja y amamos tanto a nuestra compañera que no hallamos un minuto de sosiego, siempre
pensando en ella. Y cuando se aleja un poco de nuestro lado, nos sentimos como perdidos y nos tortura la idea de que un
gavilán la haya despedazado. Empezamos a buscarla por doquier, con loco afán. Y si desaparece, uno no come ni bebe; no
hace más que buscarla y llorar. ¡Cuántos mueren así entre nosotros! Ya ven que todo el mal proviene del amor.
—No; el mal no viene ni del hambre ni del amor —arguyó la serpiente—. El mal viene de la ira. Si viviésemos
tranquilos entonces todo iría bien. Pero, cuando algo se arregla de modo distinto a como quisiéramos, todo
nos ofusca. Solo pensamos en descargar nuestra ira en el primero que encontramos. Entonces, como locos,
nos retorcemos tratando de morder a alguien. En tales momentos no se tiene piedad de nadie; mordería uno
a su propia madre; podríamos comernos a nosotros mismos. Sin duda alguna, todo el mal viene de la ira.
El ciervo no fue de este parecer. —No, no es de la ira ni del amor ni del hambre de donde procede el mal, sino
del miedo. Si fuera posible no sentir miedo, todo marcharía bien. Podemos defendernos de un animal pequeño,
con nuestros cuernos, y la huida nos preserva de los grandes. Pero es imposible no sentir miedo. Apenas cruje
una rama en el bosque o se mueve una hoja, temblamos de terror. El corazón palpita, como si fuera a salirse del
pecho, y echamos a correr. Siempre estamos alerta, llenos de terror. No hay modo de disfrutar de un poco de
tranquilidad. Por eso el origen del mal está en el miedo.
Finalmente, intervino el ermitaño:
—No es el hambre, el amor, la ira ni el miedo, la fuente de nuestros males, sino nuestra propia naturaleza. Ella
es la que engendra el hambre, el amor, la ira y el miedo.
Tomado y adaptado de: Tolstoi, L. (s. f.). El origen del mal. Recuperado de https://ciudadseva.com/texto/el-origen-del-mal/
De acuerdo con expresiones del texto anterior como “¡Qué intranquilidad siente uno!”, “¡Cuántos perecemos
víctimas del hambre!” y “¡Cuántos mueren así entre nosotros!”, el narrador pretende principalmente
A. alarmar a los interlocutores.
B. despertar la ira de los interlocutores.
C. llamar la atención de los interlocutores.
D. hacer partícipes de sus ideas a los interlocutores.
Según el texto, la serpiente intervino luego de que lo hicieran
A. el cuervo y el palomo.
B. el cuervo y el ciervo.
C. el palomo y el ermitaño.
D. el palomo y el ciervo.
De acuerdo con el texto anterior, los personajes de la historia son
A. el ermitaño, la serpiente, los lobos y el árbol.
B. el ermitaño, el cuervo, la serpiente, el gavilán y el árbol.
C. el ermitaño, el cuervo, el palomo y la serpiente.
D. el ermitaño, el cuervo, el palomo, la serpiente y el ciervo.